Desde que abrí el reporte del INEGI, me atrapó el dato: la producción minera en México bajó 8.5 % en junio de 2025 frente al mismo mes del año anterior. Me acordé de aquel paseo por el norte del país, donde el brillo del mineral era signo de esperanza. Hoy esa promesa parece desvanecerse en números fríos. El Indicador Mensual de Actividad Industrial revela que la minería encabezó el desplome industrial, marcando su peor caída entre los cuatro grandes sectores.
Este retroceso es especialmente preocupante porque desde 2023 la producción minera muestra una tendencia continua a la baja. Detrás de esa cifra no solo está la extracción de minerales metálicos y no metálicos, sino también la explotación de petróleo, gas y los servicios mineros, todos perdiendo terreno .
Ese contexto global de menor inversión, precios volátiles de los commodities y un entorno privado más cauteloso añade presión al sector. A pesar de los buenos ánimos que había despertado la industria manufacturera, esta parece insuficiente para contrarrestar el golpe minero. Desde el sorprendente auge de la infraestructura impulsada por el gobierno, el sector de construcción no volvió a recuperar fuerza, y la generación de energía fue igualmente inestable.
Aquí la minería debería ser protagonista de progreso. Reflexiono: si el país cuenta con una riqueza geológica probada, ¿por qué ese potencial no se traduce en impulso económico? Parte del asunto está en la falta de nuevas concesiones y señales mixtas desde el entorno regulatorio. Ese freno político puede ahuyentar inversión justo cuando se necesita certidumbre estratégica.
Creo que México aún puede recuperar terreno si apuesta por una política minera responsable y transparente. Es indispensable generar condiciones claras que atraigan capital, porque cancelar oportunidades en un sector fundamental solo limita el desarrollo regional y nacional.