En el corazón del municipio de Satevó, al sur del estado de Chihuahua, una minera canadiense ha empezado a cambiar el paisaje, no solo bajo tierra, sino también en la superficie. La presencia de First Majestic Silver Corp. en la región ha dejado de limitarse a la extracción de minerales, para convertirse en un agente activo de transformación social.
Desde que inició operaciones en el yacimiento Cerro Los Gatos, esta compañía ha destinado más de 45 millones de pesos a programas de desarrollo social. A lo largo de cinco años, la inversión se ha traducido en obras que hoy se integran a la vida cotidiana de las comunidades: aulas que antes eran improvisadas ahora tienen techos firmes; caminos que eran de terracería han sido rehabilitados; y en las clínicas locales, nuevos equipos han permitido una atención más digna a sus pacientes.
Aunque en muchas regiones del país la minería enfrenta cuestionamientos legítimos por su impacto ambiental o su relación con las comunidades, el caso de Satevó ofrece una perspectiva distinta. Aquí, la operación minera y el tejido social han comenzado a entrelazarse de una forma más armónica.
La inversión reportada por la empresa ha sido canalizada a través de una estrategia de responsabilidad social que busca atender necesidades concretas. Lejos de simples gestos simbólicos, los proyectos apoyados por First Majestic tienen implicaciones duraderas. Un ejemplo claro es la rehabilitación de espacios educativos en comunidades rurales, donde la infraestructura escolar representaba un rezago importante. Hoy, decenas de niñas y niños acuden a escuelas donde el mobiliario es nuevo, los baños funcionan y las aulas tienen acceso a electricidad.
Los trabajos de pavimentación y mantenimiento de caminos han sido otro punto de inflexión. Durante años, muchas familias de Satevó estuvieron aisladas durante las temporadas de lluvia. Hoy, con nuevas vialidades, el acceso a servicios básicos y al comercio ha mejorado significativamente.
De acuerdo con declaraciones difundidas por el gobierno municipal y reportadas por El Sol de Parral, el impacto de esta inversión es tangible. Líderes comunitarios han reconocido que, por primera vez en décadas, una empresa privada ha escuchado y atendido directamente las prioridades planteadas por los habitantes. Esa comunicación directa ha sido uno de los factores clave para el éxito del modelo de desarrollo implementado.
First Majestic no ha operado sola en este esfuerzo. La compañía, que posee el 70 % del proyecto Cerro Los Gatos —en sociedad con la japonesa Dowa Metals & Mining Co., Ltd.—, ha articulado su estrategia con autoridades locales, representantes comunitarios y organizaciones civiles. Esta colaboración ha permitido que los recursos se distribuyan de forma más eficaz y que los resultados sean auditables, lo que aporta un nivel necesario de confianza.
Desde una perspectiva crítica, resulta importante observar que esta inversión también responde a un entorno más exigente en cuanto a la llamada “licencia social para operar”. Las comunidades en México y América Latina cada vez demandan más a las empresas: ya no basta con generar empleos o pagar impuestos, también deben participar en el bienestar colectivo.
En ese contexto, el modelo adoptado por First Majestic en Satevó no solo es una estrategia de relaciones públicas, sino una apuesta de largo plazo. El anuncio reciente de que la mina Cerro Los Gatos continuará en operación por al menos cinco años más refuerza la necesidad de establecer una relación estable y sostenible con el entorno. La permanencia de la operación dependerá en buena medida de que ese vínculo se mantenga sólido.
Además del componente físico de la inversión, existe un impacto simbólico y emocional que no puede medirse en pesos. La percepción de la comunidad respecto a la empresa ha evolucionado. En vez de verla como un actor ajeno o intrusivo, muchas familias la reconocen como aliada. Esa transformación no ocurre con facilidad, y es un capital social que no debe subestimarse.
Las actividades mineras, por su propia naturaleza, modifican los territorios en los que se instalan. Pero esa transformación no tiene por qué ser negativa. En Satevó, la experiencia de los últimos años demuestra que la minería puede convertirse en un factor de cohesión social y mejora de vida si se gestiona con responsabilidad, apertura y voluntad de diálogo.
El reto, por supuesto, está en mantener ese equilibrio. Los 45 millones de pesos invertidos deben verse como el inicio de una etapa más madura en la relación entre la industria extractiva y la población. El verdadero impacto de esa inversión no se mide solo en obras construidas, sino en la durabilidad de sus efectos y en la capacidad de la empresa para seguir respondiendo a las necesidades sociales.
En tiempos donde la polarización en torno al sector minero crece, casos como el de Satevó deben ponerse sobre la mesa. No como ejemplos perfectos, pero sí como muestras de que otro enfoque es posible. La minería no tiene que ser sinónimo de conflicto. Puede ser una vía para el desarrollo, si se integra con inteligencia, sensibilidad y compromiso.



