Alanís recordó que el 75 % de las emisiones globales de CO₂ provienen del sector energético. Desde su perspectiva, alcanzar las metas de descarbonización y neutralidad climática para 2050 solo será posible mediante una transformación estructural del sistema energético, en donde los minerales críticos desempeñan un papel central. En particular, destacó que el consumo global de energía se ha duplicado desde el año 2000 y, con él, la demanda de insumos minerales clave para tecnologías renovables.
El ingeniero hizo énfasis en la magnitud del desafío. Para sostener la transición energética a nivel global, serán necesarias inversiones de aproximadamente 800 mil millones de dólares y la apertura de más de 260 minas nuevas en las próximas décadas. Subrayó que México, con su potencial geológico, puede desempeñar un papel estratégico en ese proceso si fortalece su capacidad de exploración y producción, especialmente de cobre.
Actualmente, la producción mundial de cobre ronda las 22.6 millones de toneladas anuales. No obstante, las estimaciones presentadas por Alanís apuntan a que, para 2050, será necesario producir al menos 38 millones de toneladas al año, lo que representa un incremento de casi 70 % respecto a los niveles actuales. Para 2030, el crecimiento proyectado es de 4 millones de toneladas adicionales.
Uno de los datos más relevantes que presentó el ingeniero Alanís es que de las 901 minas de cobre que existen actualmente en el mundo, solo 20 concentran el 44 % de la producción. Entre ellas, figura una ubicada en México, lo cual confirma el papel que el país ya juega en el escenario internacional del cobre. Sin embargo, también advirtió que desde 2010 solo se han descubierto 40 yacimientos nuevos a nivel global, y la mayoría se encuentran en zonas profundas, lo que eleva los costos y la complejidad técnica de su explotación.
Alanís destacó que el cobre es esencial para una amplia gama de tecnologías asociadas con la transición energética, incluyendo paneles solares, turbinas eólicas, sistemas de almacenamiento en baterías, redes inteligentes y sistemas de electrólisis. En sus palabras, “el cobre es el metal más importante para el futuro de la transición energética”.
La presentación del especialista tuvo un enfoque técnico y de análisis estratégico. Subrayó que el desarrollo de nuevas minas no solo enfrenta desafíos geológicos y económicos, sino también sociales, regulatorios y ambientales. El tiempo promedio para poner en operación una nueva mina puede extenderse entre 10 y 15 años, por lo que la planificación debe iniciar de inmediato si se pretende cumplir con las metas para 2050.
En cuanto al contexto mexicano, Alanís subrayó que el país cuenta con una posición geográfica privilegiada, acceso a mercados internacionales y experiencia en operación minera. No obstante, también enfrentan retos importantes en términos de certeza jurídica, atracción de inversión extranjera, permisos ambientales y relaciones con comunidades.
El ingeniero señaló que, si bien México tiene recursos minerales estratégicos, como cobre, litio y tierras raras, su aprovechamiento dependerá de un entorno institucional estable y una política pública alineada con los objetivos energéticos y climáticos. Advirtió que sin una visión clara del papel de la minería en la transición energética, el país corre el riesgo de desaprovechar una oportunidad económica e industrial clave.
Durante su intervención, también señaló la necesidad de fortalecer la exploración minera con tecnologías de vanguardia y mejores prácticas internacionales. Según datos de Camimex, la inversión en exploración en México ha disminuido en los últimos años, lo que compromete la posibilidad de descubrir nuevos yacimientos que puedan entrar en operación antes de 2050.
Alanís concluyó que la transición energética no será posible sin una cadena de suministro segura, sostenible y asequible de minerales críticos. En ese contexto, la minería deja de ser un sector extractivo tradicional para convertirse en un componente indispensable de la economía baja en carbono.


